El Carabobeño
¡Hasta cuándo!
¿Quién paga por sus caras?
Pablo Aure
@pabloaure
A propósito de la supuesta batalla que el gobierno dice querer dar
sobre la corrupción, hoy abordaré la perversa forma de corrupción en la
que por igual líderes del oficialismo y de la oposición incurren. Me
referiré a la utilización de recursos públicos en provecho propio.
Es necesario que toquemos ese tema que sabemos debe incomodar a ciertos mandatarios, de lado y lado.
Darle gracias a los gobernantes por cumplir lo que han jurado hacer,
en la Venezuela de hoy es una constante. Quizá algunos digan que hay que
agradecerle. No pienso igual, pues, quienes son electos para desempeñar
cargos públicos, no debe agradecérsele que cumplan con su trabajo; lo
que sí debemos es reprocharle que no lo hagan, y más aún, que se valgan
de su cargo para violentar principios básicos que informan los sistemas
democráticos y republicanos. El primero de ellos, por ejemplo, es el de
la alternancia.
Vamos al grano: las fotografías de los alcaldes y de los gobernadores
las vemos en todas partes. Fíjense bien. Todos hacen lo mismo: unos más
descarados que otros. En cualquier obra que se haya hecho, o esté
planificado construirla, allí está la figura o el nombre de ellos.
Esto ha sido una constante en los últimos años. No hay dudas, el
difunto Chávez fue el precursor y la instituyó a su máxima expresión.
Quiero ser objetivo: tanto en la oposición como en el oficialismo se
viene utilizando esta perversa y antidemocrática manera de hacer
política o, mejor dicho, de publicitar al gobernante que lejos de lo que
es el respeto a las instituciones evidencian su menosprecio.
¿Información o promoción?
Los gobernantes regionales o municipales han deformado la
información. Cuando un alcalde o un gobernador hace un trabajo o una
obra, tenemos que entender que eso es el deber ser, es simple y
llanamente el trabajo que le corresponde. Al poner su cara o su nombre
en esa valla, en edificaciones, patrullas, ambulancias o autobuses, ya
deja de ser de hecho la información que debe llevar y se relaciona a un
método publicitario de la persona del alcalde o del gobernador.
Culto a la personalidad
Lo que sucede muchas veces, es que nuestra política ha desvirtuado el
valor de la institución, en pos del valor de la persona que la dirige u
ocupa el cargo. Esta práctica debilita las instituciones porque dejamos
de entender que son las gobernaciones y las alcaldías dentro de su
funcionamiento normal las que están cumpliendo con su responsabilidad.
Entonces, suponemos que un tipo, un pana, o un amigo nos hizo tremendo
favor y que gracias a él esas obras se hicieron o se harán.
Eso se corresponde con la figura del culto a la personalidad, que
significa la adoración y adulación excesiva de un caudillo de una
persona que por su carisma, por sus cualidades de líder lo eleva a una
contemplación casi religiosa a una admiración excesiva al punto que lo
confundimos con el bienestar popular.
Una de las características más insidiosas del culto a la
personalidad, es que la gente deja de asociar el bienestar, el
desarrollo o el progreso con el funcionamiento del Estado y lo relaciona
con el líder a quien le debemos gratitud. Por eso empezamos a dejar de
creer en el Estado para creer en las personas, lo cual es muy peligroso
porque la democracia es un sistema al cual le debemos tener respeto: un
sano y fuerte respeto a las instituciones es fundamental para el
establecimiento o fortalecimiento de la democracia.
Si hacemos ver que quien nos hizo tal obra fue el presidente, el
alcalde o el gobernador estamos creando un gran problema, porque se
convierte en inseparable la figura del progreso con el líder.
Irrespeto a la institución.
Asociando el bienestar social con el líder los imaginamos
inseparables. Líder y desarrollo son una misma cosa. Sin el líder
llegará el caos: sin el líder va a haber pobreza.
Esa combinación crea en la población la necesidad o el sentimiento de
que debe perpetuarse el gobierno del referido líder, para que las cosas
buenas continúen. Evidentemente, eso constituye una perversión de la
política que es antidemocrática.
Aunque en el caso de nuestros alcaldes o gobernadores no alcanza el
mismo nivel que fue con el difunto Chávez o ahora con Maduro, en
realidad no es distinto, porque no estamos respetando a la gobernación o
a la alcaldía por hacer su trabajo sino que estamos alabando a una
figura. Eso no se ve en ninguna parte del mundo civilizado.
Perversa y delictual publicidad
Antes, para que las personalidades tuvieran grabado sus nombres en
placas de ciertas obras, era necesario que hubiera llevado públicamente
una vida tal que se le reconocieran sus méritos. Ahora en Venezuela solo
basta que se vote por alguien para que la cara de ese individuo esté
grabada en todas partes: desde las ambulancias, patrullas de policía e
inclusive, hasta en las alcantarillas. ¿Qué es eso? Es una distorsión de
la noción del honor, es una forma rápida de hacer fama, y es algo que
tenemos que denunciar de manera enérgica como nocivo, porque altera el
respeto a las instituciones.
Desde el punto de vista legal no tengo dudas que constituye un
delito, ya que se utilizan fondos públicos para publicitar a los
gobernantes. Es hacer uso inapropiado de las alcaldías o de las
gobernaciones para la publicidad personal. En ninguna ley se establece
que en las obras deben estar plasmadas las caras de los alcaldes o de
los gobernadores. Lo que debe estar escrito en esas vallas es la
naturaleza de la obra, pero jamás el nombre, ni mucho menos la cara del
gobernante de turno.
¿Instituciones provisionales?
En sí, nos deberíamos preguntar: ¿ha ido demasiado lejos el uso de las vallas para la publicidad personal?
Esto ha llevado a la provisionalidad de las instituciones, porque no
las vemos como algo permanente; al contrario las vemos como un asiento
para el benefactor de turno que va a venir “para hacernos un gran favor”
La gente espera qué es lo que nos puede dar el alcalde o gobernador. No
que va a cumplir el rol o el peso de la alcaldía o gobernación que
tiene encima; al ver al gobernante de esa forma, estamos diciendo que ya
no tenemos instituciones sino que tenemos un espacio para que lleguen
estos “bonachones” del momento. Ello conlleva también a la perversión de
la institución del voto. No se vota por el líder, sino para ver qué me
van a dar los gobernantes.
Aquí en Venezuela, con esta perversión, personas como el “potro Álvarez” pueden ser candidatos.
¿Cuánto le cuesta al pueblo que le cambiemos constantemente
la cara o el nombre del gobernante de turno? ¿Quién cubre esos costos?
En un primer momento pensé escribir sobre el reconocimiento de
ciertas gestiones, con la expresión “Al César lo que es del César” pero
conversando con un joven, inquieto y muy acucioso abogado, decidí
desarrollar estas ideas: y preguntar ¿Quién paga por su cara?
Esto es para estar claros que ya no somos una población bajo un
régimen democrático. Somos la audiencia, el público de un show
personalista. No votamos para que una persona ejerza un cargo; ahora en
realidad somos quienes vamos a aplaudir a alguien que va a llegar y a
decir que las cosas que hizo, las hizo porque le vinieron de su
corazón.
Ya esto no es democracia, esta concepción se parece a las figuras
posfeudales. Lores y barones que llegan y celebran. Se les construyen
estatuas porque desde la bondad de sus corazones se dignaron a no
matarnos sino a construir unas que otras cositas.
Creo que ha llegado la hora de denunciar esas políticas perversas que
no son exclusivas de los rojos, hay muchos que se han contagiado con la
perpetuación en el poder. Ni democráticos ni institucionales: son
personalistas.
@pabloaure
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